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Al penetrar al interior del templo encontramos un ábside cubierto por cuarto de esfera, sin intermedio de imposta, rematando la nave hacia el este (Imagen 1). Lo centra un ventanal de doble derrama a la izquierda del cual, sobre capas de enlucido, aún se adivinan tenues restos de la pintura que lo decoraba (Imagen 4).

Por delante hay un corto presbiterio (atrofiado al modo lombardo/larredense) cubierto por medio cañón tras el que continúa la nave, carente de cubierta. El conjunto está sometido a un deterioro progresivo. Restos de vigas de madera procedentes de su desaparecida cubierta y la vegetación le aportan un aspecto siniestro..

Es curioso cómo lo que más resiste de las iglesias en ruina es la cabecera. Creo que por ser el lugar sagrado por excelencia -ábside y presbiterio- se realizaba con más esmero que el resto y quizás por artesanos específicos. También hay que tener en cuenta que esta zona se cubría con bóvedas de piedra y el resto solía ser de madera. En términos arquitectónicos se dice que las cabeceras son estructuras autoportantes y quizá por ello resistan mejor el paso del tiempo.

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La mayor parte de los muros del templo son los originales, a pesar de que se abrieron capillas laterales o nuevas portadas. En el interior del muro sur pueden apreciarse con claridad la portada original con un vano cegado sobre ella, así como otro ventanal también cegado cercano al presbiterio (Imagen 6).

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En el muro de poniente, la portada original se ha reutilizado como hornacina para situar la pila bautismal (Imágenes 8 y 9). Es de un solo bloque pétreo sin decoración alguna. Quizá por ello aún esté en el templo. En el pavimento pueden verse varias losas funerarias con inscripciones datadas en el siglo XVII

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En uno de mis últimas visitas al valle de la Garcipollera y a Larrosa, en junio de 2010, había algún signo de vida en el arruinado lugar. Algún "neorrural" se había instalado aquí. Pequeños huertos, como el de la imagen 10 parecieran recordar que donde hubo vida vuelve a surgir siquiera sea de modo transitorio.