En el renovado patio central del claustro
jaqués se tiene la voluntad de conformar un jardín que evoque
los grandes conocimientos acerca de la botánica en general y de las
plantas medicinales en particular que tuvieron los monjes medievales.
De momento es un proyecto; pero estoy seguro que, conociendo
a quienes lo encabezan, será pronto una realidad a través
de la cual podremos comprender un poco mejor las boticas medievales. No
en vano, muchos de los principios activos de la farmacopea actual tienen
su origen en plantas medicinales tales como el digital, el cólquico
de otoño o la belladona, por citar algunos de los más abundantes
en el Alto Aragón y de uso diario generalizado.
A fecha de hoy quienes ponen la nota vegetal son los tres
cipreses y un elevado tejo hembra que muestra en otoño sus colorados
y peligrosos frutos. Todo en el tejo es venenoso y potencialmente letal
por poseer un potente alcaloide: la taxina, a excepción de la cubierta
roja de sus pequeños frutos; pero la semilla también lo
es. La inocuidad del fruto permite que lo coman los pájaros y dispersen
sus semillas. El tejo es "el árbol sagrado de los cántabros"
y hay leyendas acerca de que sus semillas eran usadas para consumirlas
y morir con su jefe en caso de derrota en la batalla. Un principio activo extraído del tejo, el Taxol®,
es un potente quimioterápico empleado para combatir el cáncer
desde 1968. Es árbol de gran simbolismo
en la mitología celta, probablemente por su lento desarrollo y
longevidad, pudiendo alcanzar los mil años. Es un árbol
prácticamente inmortal. El cristianismo no relegó esta creencia
totémica, sino que la sincretizó, edificando a menudo iglesias
y cementerios a su lado como pervivencia de su importancia precristiana.
Por su longevidad solía plantarse en cementerios, como representación
de la vida eterna. También al edificar grandes obras para que fuera
testigo vivo de su desarrollo. El tejo en cuestión es todavía "jovencito".
Se le pueden estimar alrededor de 250 o 300 años de vida.